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La sobrepesca amenaza con convertir los océanos en páramos yermos

La respuesta de la industria pesquera a nuestro insaciable apetito por el pescado amenaza con transformar gran parte de los océanos del mundo en páramos yermos. Barcos cada vez más grandes, redes que se extienden a más profundidad y sónares más potentes para pescar a los últimos supervivientes.

Según Naciones Unidas, las captures globales de 2017 alcanzaron 92.000 millones de toneladas, más de cuatro veces la captura de 1950.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) advierte que las poblaciones de peces están sobreexplotadas en todo el mundo. Algunas especies escasean tanto que requieren estado de protección y los expertos temen por el propio futuro del sector de seguir pescando al ritmo actual.

Según Didier Gascuel, investigador de Ifremer, que monitoriza el estado de salud de los océanos, las poblaciones mundiales “podrían descender a un punto en el que la pesca podría dejar de ser viable.”

No solo es la cantidad de peces que se captura lo que preocupa a los científicos, sino también la forma que tenemos de extraerlo.

Hoy en día, los buques de arrastre pelágicos suponen casi la mitad de la captura global: sus gigantes redes suelen barrer indiscriminadamente cualquier especie a su paso. El arrastre de fondo, junto con los demás equipos que entran en contacto con el fondo marino, como las dragas de marisco, suscitan fuerte preocupación desde hace décadas debido a su impacto en la estructura física de los fondos y a sus efectos potenciales sobre las comunidades bentónicas.

“Estas redes aran el suelo marino sin discriminar especies, afectando a corales, esponjas, etc,” dice Frederic Le Manach, del grupo de ONGs y organizaciones de pescadores coordinados en la asociación Bloom, que está presionando por poner fin al arrastre de fondo.

La Unión Europea prohibió la práctica en 2016.

La pesca con palangre consiste en lanzar al mar una línea con varios miles de anzuelos cebados. El método sigue siendo legal a pesar de cobrarse entre 160.000 y 300.000 aves marinas al año debido a las capturas accidentales que provoca.

También legal, al menos hasta 2021, sigue siendo la pesca con impulsos eléctricos. Según Bloom, este tipo de pesca consiste en enviar impulsos eléctricos al sedimento de una red de arrastre para atrapar especies de peces bentónicas. Los peces atrapados en las redes muestran a menudo quemaduras y deformaciones del esqueleto debido a la electrocución. Pero a la industria pesquera este método indiscriminado le permite pescar más peces con menos esfuerzo. Holanda ha recibido hasta 5,7 millones en tan solo dos años para el desarrollo de la flota industrial con este método de pesca, 3,8 de los cuales han provenido de fondos europeos.

Pero con el agotamiento de las poblaciones, los científicos coinciden en que la industria tiene que evolucionar si quiere garantizar su futuro.

Parte del problema es que, como ocurre en la Unión Europea, la pesca se regula principalmente sobre la base de los derechos nacionales, lo que dificulta adoptar medidas rigurosas, dice Francois Chartier de Greenpeace.

Hay varias soluciones. Desde combatir la pesca ilegal, implementar cuotas y reducir el tamaño de las flotas a prohibir la pesca cuyo destino sea alimentar la ganadería y las piscifactorías.

Las cuotas en particular han demostrado ser relativamente efectivas, tal como la impuesta en el atún rojo – un pez considerado un manjar especialmente en Japón. Esquilmado por décadas de sobrepesca, su inclusión en la lista de especies protegidas y las subsiguientes cuotas han permitido la recuperación parcial de la población.

Según estudios recientes, un tercio de las poblaciones se están agotando y el resto, salvo algunas excepciones, se están capturando al límite de su sostenibilidad.

Otro problema es cómo variará la distribución geográfica de las poblaciones a medida que el planeta siga calentándose.

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