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Every year 100 million sharks are killed. Photograph: Tommy Trenchard/Greenpeace

Los tiburones tienen mucho más que temer de nosotros que nosotros de ellos

La investigadora de Greenpeace, Sophie Cooke, pasó un mes a bordo del Arctic Sunrise documentando las prácticas que se esconden detrás de muchas de las muertes de los 100 millones de tiburones que la industria pesquera se cobra cada año.

“En el extremo del anzuelo cuelga un tiburón mucho más grande que yo. Su estilizado e inmaculado vientre blanco brilla contra el casco oxidado de un pesquero mientras se retuerce intentando escapar. Acaban con él cortándole la espina dorsal con un cuchillo.

Durante una generación, la película “Tiburón” fue la fuente de un miedo irracional hacia los tiburones que probablemente ha hecho más difícil para muchos empatizar con su dramática situación. La gente lo ve como una cuestión de matar o morir. Pero en alta mar está claro quién es el verdadero depredador.

Los tiburones están asediados en todo el mundo. Las estadísticas son espeluznantes: 100 millones de tiburones muertos al año. Y aquí estoy, cara a cara con uno de ellos, mientras lo sacan del mar y lo descuartizan.

En septiembre, Greenpeace llevó su barco, el Arctic Sunrise, al Atlántico Sur para sacar a la luz los estragos que están provocando los barcos pesqueros y destacar la necesidad de un Tratado Global de los Océanos que pueda crear enormes santuarios libres de todo tipo de saqueo.

Aquí los barcos operan fuera de la vista y de la mente, un sistema permitido por la fragmentada gobernanza de nuestros océanos globales – un espacio más grande que la combinación de todos los continentes pero gestionado por un entramado de organismos regionales dominados por los intereses pesqueros industriales. Es un peculiar sistema para el “planeta azul”, casi la mitad del cual está cubierto por agua más allá de las fronteras nacionales que por derecho nos pertenece a todos.

Algunos barcos evitan las escasas regulaciones apagando su sistema de seguimiento por satélite. La carga se traspasa a barcos frigoríficos, lo que les permite seguir faenando durante meses. Este “transbordo” se ha relacionado con varios de los peores abusos medioambientales y de mano de obra.

Usando innovadoras técnicas de reconocimiento, Greenpeace partió para encontrar estos barcos y documentar el daño que están causando a nuestros océanos.

Pasamos más de un mes en el mar entre Senegal y el extremo del sur de África, observando a docenas de palangreros en el Atlántico Sur. Estos pesqueros usan un sólo sedal con miles de anzuelos colgando que puede extenderse 100 millas náuticas.

La flota palangrera del Atlántico se dedica oficialmente a la pesca de atún y pez espada, pero una y otra vez los tiburones son el grueso de su captura. Varios estudios han revelado que algunas pesquerías están capturando cada año decenas de miles de tiburones en peligro tales como marrajos (Isurus oxyrinchus).

La mayoría de los tiburones no tienen la misma protección que el atún y el pez espada y por cada atún o pez espada capturado, vimos arrastrar 6 tiburones a bordo. Se trataba principalmente de tintoreras, considerada una especie “casi amenazada” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Vimos como un barco subía a bordo un tiburón particularmente grande. El capitán vio nuestras cámaras y empezó a hacer señas a la tripulación para cortar la línea. El tiburón quedó libre, con el anzuelo clavado en la boca y arrastrando la línea.

Otro de los barcos interceptados, el Hung Yu 212, había sido investigado anteriormente por la muerte de un tripulante, hallado lleno de moratones, sin un ojo y sin el páncreas. Nadie rindió cuentas por ello y nos preguntamos si la tripulación que vimos trabajar en cubierta sabía lo sucedido. Cuando no hay repercusiones, ¿cómo pueden evitarse los abusos medioambientales y de derechos humanos?

La demanda de tiburón es un asunto complejo y la infame sopa de aleta de tiburón no es de ningún modo la única amenaza. La industria global está valorada actualmente en hasta 1.000 millones de dólares, con una demanda creciente por la carne de tiburón, así como por el uso de aceite de hígado de tiburón.

También observé cómo la tripulación subía a bordo a otro tiburón enganchado en otro palangre. Pero algo no debió salir bien para los pescadores cuando intentaron deslizar una soga por su cuello. El tiburón luchó ferozmente retorciendo su cuerpo y el anzuelo se desprendió. Los pescadores perdieron la oportunidad, pero el tiburón no. Salió nadando a toda velocidad hacia nuestro pequeño barco donde se detuvo justo a nuestro lado. Podría haber tocado su aleta si me hubiera atrevido. Después de un rato, el tiburón recuperó fuerzas y se sumergió descendiendo hacia las profundidades.

Fui testigo de los horrores, pero consuela saber que uno había logrado escapar. Nuestros océanos pueden recuperarse si les damos una oportunidad.

Estos horribles actos nos dan una idea sobre la magnitud de esta industria y dejan claro que la legislación para cuidar nuestros océanos es totalmente inservible. Somos absolutamente incapaces de proteger la vida marina de las destructivas prácticas de la pesca industrial.

Millones de personas en todo el mundo están pidiendo a los gobiernos que acuerden un fuerte Tratado Global de los Océanos cuando se reúnan en Naciones Unidas en primavera de 2020. Esto reemplazaría nuestra laxa regulación marina y podría preparar el camino para una red de santuarios marinos, fuera del alcance de la dañina actividad humana, protegiendo adecuadamente la vida marina. No podemos esperar. Los palangreros están ahí fuera en este justo momento, subiendo a bordo tiburón tras tiburón, poniendo en marcha nuestra cuenta atrás para proteger los océanos.”

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