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CSCL Globe is one of the largest container ships in the world. Credits: Wikipedia

Unos océanos cada vez más ruidosos amenazan la vida marina

Las detonaciones con explosiones de aire comprimido previstas actualmente en la costa atlántica en búsqueda de crudo y gas alterarán los patrones migratorios, reproductivos e incluso la comunicación de las criaturas marinas.

Las ondas de resonancia golpean el suelo marino, penetrando varias millas en su interior y rebotando en la superficie, donde son recogidas por dispositivos hidrófonos. Los modelos acústicos forman un mapa tridimensional del lugar donde puede haber yacimientos de crudo y gas.

Estas detonaciones producen el ruido más fuerte que usamos los humanos de forma regular bajo el agua y el Atlántico está a punto de convertirse en el más ruidoso. Como parte de los planes de la administración Trump de permitir las prospecciones mar adentro, cinco compañías han recibido permiso para conducir por primera vez en tres décadas el mapeo sísmico con detonaciones de aire comprimido a lo largo de la costa oriental, desde Florida hasta el noroeste del país.

Los sondeos todavía no han empezado, pero ahora que se ha levantado la prohibición de las prospecciones las compañías pueden tener acceso a explorar regiones a lo largo del golfo de México y el Pacífico.

Y las detonaciones son actualmente el método más común que tienen estas compañías para mapear el suelo marino.

“Hacen detonar una explosión aproximadamente cada 10 segundos las 24 horas del día durante meses,” dice Douglas Nowacek, profesor de tecnología de conservación marina de la Universidad Duke. “Han sido detectadas a 4.000 km de distancia.”

Las pruebas sísmicas bajo el agua son el ejemplo más reciente citado por los ambientalistas sobre el creciente problema de la contaminación acústica y ha llevado a demandas contra varias industrias y gobiernos así como a más investigaciones sobre el peligro potencial para la vida marina.

Varios científicos advierten que el ruido de estas detonaciones, el sonar de los barcos y buques cisterna puede provocar la muerte paulatina e incluso instantánea de criaturas marinas, desde las más gigantes a las más diminutas- ballenas, delfines, peces, calamares, pulpos e incluso plancton. Entre otros efectos se incluyen daño auditivo, hemorragias cerebrales y la imposibilidad de la comunicación de la vida marina, vital para su supervivencia.

Un estudio conducido en 2017 halló que una detonación fuerte mató a casi dos tercios del zooplancton en tres cuartos de millas alrededor. El zooplancton, diminutos organismos en los niveles mas bajos de la cadena alimentaria, proporcionan una fuente de alimento para la vida marina. El krill, un diminutivo crustáceo vital para ballenas y otros animales, se vio especialmente afectado, según otro estudio.

“Los investigadores observaron una ausencia total de vida alrededor de la explosión,” dice Michel Jasny, director de protección de mamíferos marinos del Consejo de Defensa de Recursos Naturales, uno de los varios grupos ambientalistas que ha demandado al gobierno federal en un intento por detener los sondeos sísmicos.

Se estima que cada detonación de aire comprimido alcanza los 260 decibelios bajo el agua, el equivalente a unos 200 decibelios en la atmósfera. Los portacontenedores, otra fuente de ruido en los mares, producen sonidos de hasta 190 decibelios – el equivalente a 130 decibelios en la atmósfera. (El lanzamiento de un transbordador espacial alcanza unos 160 decibelios).

Cada 10 decibelios es un orden de magnitud, por tanto una explosión de 200 decibelios es 10 millones de veces más intensa que el sonido de un portacontenedor. Dado que el agua es mucho más densa que el aire, el sonido viaja bajo el agua unas cuatro veces más rápido y más lejos que sobre la superficie del mar.

“En cualquier momento dado tienen lugar en el mundo 20, 30 o 40 sondeos sísmicos en busca de yacimientos de petroleo y gas,” dice Nowacek.

En total, en el primer año de la recién aprobada exploración, ocurrirán más de 5 millones de estas enormes explosiones a lo largo de la costa oriental de EEUU.
Christopher Clark, investigador sénior en el programa de bioacústica del Laboratorio de Ornitología Cornell, que lleva estudiando las comunicación de las ballenas durante 40 años, describe el ruido como un “infierno viviente” para la vida marina.

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