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Mar de sangre en Japón con la masacre de delfines

La pintoresca bahía de Taiji que entre setiembre y marzo de cada año se convierte en una carnicería con la masacre de 2.000 delfines

A pesar de los esfuerzos de las autoridades japonesas por ocultarla, la masacre ha sido captada por un equipo dirigido por el hombre que adiestró a Flipper.

Hasta ahora, la matanza anual de 2.000 delfines en el pequeño pueblo de Taiji ha sido uno de los secretos más bochornosos para el país. Sin embargo, The Cove, un nuevo documental filmado al más puro estilo de una película de espionaje, gira en torno a cómo cambiar esta realidad. La película sigue los esfuerzos de un equipo documentalista americano por penetrar en el velo de secretismo que rodea la caza anual de delfines en el pueblo pesquero de Taiji.

En la temporada que discurre entre setiembre y marzo, los pescadores de Taiji salen con sus barcos en busca de las manadas de delfines que siguen sus patrones migratorios a su paso por la costa japonesa del sudeste del Pacífico. Golpeando el agua con palos de metal desde los flancos, los pescadores hacen confundir el sonar de los delfines y los conducen a la cala oculta. Una vez confinados, los traficantes medirán a las hembras jóvenes que serán vendidas a los parques marinos y delfinarios. El resto no seleccionado será brutalmente masacrado con cuchillos y lanzas y su carne vendida, a menudo, como carne de ballena.

Empleando un arsenal de dispositivos altamente sofisticados entre los que se incluyen equipos de imagen térmica y cámaras que simulan rocas, los productores de The Cove captan la matanza haciendo frente a alambradas de púas, pescadores encolerizados y una creciente fuerza policial frustrada. La película ya se ha convertido en una reconocida causa. A principios de este año ganó el Premio a la Audiencia en el Festival de Cine de Sundance, ha recibido alabadas críticas en Norteamérica y la ciudad australiana de Broome ha suspendido su relación de ciudad hermana de Taiji en respuesta a la protesta pública.

Sin embargo, el protagonista de The Cove no son los submarinistas que instalan el equipo sónar bajo el agua ni los cámaras camuflados con sus caras pintadas entre la maleza para filmar la caza, ni siquiera los confiados delfines. Su protagonista es un hombre de 70 años de cabello blanco llamado Ric O’Barry. En la década de los 60, O’Barry se hizo famoso como adiestrador del delfín Flipper, esto es, de los cinco delfines que interpretaron el papel en la serie televisiva que no hizo más que concebir la idea de que los delfines son unas criaturas encantadoras, adorables e inteligentes dispuestas a ayudar al hombre en situación de apuros.

Flipper puede percibirse como el progenitor del negocio de los delfines en cautividad, un negocio que como a Ric le gusta decir, pasó 10 años construyendo y los últimos 40 haciendo lo imposible por destruir. Su campaña en nombre de los delfines lo ha llevado por todo el mundo, en varias ocasiones a la cárcel. En los últimos 6 años se ha concentrado en Taiji, donde sus esfuerzos por detener la caza le ha hecho ganarse la resentida enemistad de los pescadores locales.

La primera imagen que tenemos de O’Barry en The Cove es conduciendo por la ciudad, arqueado frente al volante de su coche de alquiler, con una mascararilla y un sombrero y diciendo: ‘Si pudieran, hoy me matarían. Y no exagero.’ Esto hace plantear la pregunta: si lo querían matar antes del estreno de la película, ¿qué no les gustaría hacerle ahora?

 

 

El 1 de setiembre, primer día de la temporada de caza de delfines, me reuní con O’Barry en Osaka en el autobús que lo llevaría por primera vez a Taiji tras el estreno de The Cove. Viajando con él se encontraban su hijo Lincoln, un equipo de televisión de Discovery Channel, actualmente produciendo una serie sobre el trabajo de O’Barry como defensor de los delfines y Mark Palmer, director asociado de la International Marine Mammal Project que trabaja para el grupo ecologista Earth Island Institute y donde O’Barry es empleado asalariado.

Taiji, con una población de 3.500 habitantes, fue una vez el centro neurálgico de la caza de ballenas en Japón, industria que se inmortaliza a cada paso. La escultura a escala real de una ballena jorobada y su cría te da la bienvenida mientras te aproximas a la ciudad. Hay un museo de caza de ballenas y un delfinario. Los barcos turísticos con forma de delfín surcan las aguas de la bahía y en todas las tiendas y restaurantes hay caricaturas de cetáceos felices y sonrientes al estilo que los japoneses conocen como kawaii – lindo. Es una ciudad que parece apreciar a los delfines, sin embargo, los pescadores defienden la caza de delfines como forma cultural, como abastecimiento de alimento y como medida necesaria para controlar el número de delfines que, según reclaman, hacen diezmar los stocks de peces.

O’Barry llegó por primera vez a Taiji en 1975 cuando la campaña internacional ‘salva a las ballenas’ se encontraba en su pleno apogeo. La estrategia clave de esta campaña fue la llamada al boicot a los productos japoneses. Sin embargo, a pesar de que O’Barry era un férreo oponente a la caza de ballenas, era igualmente contrario al boicot.  ‘Creí que sería una posición racista y una acusación a toda la gente de Japón.’ En esa época desconocía por completo la matanza de delfines. Harían falta otros 10 o 15 años antes de que los grupos medioambientales empezaran a mostrar interés por lo que estaba ocurriendo en la ciudad.

Cuando O’Barry regresó a Taiji en 2003 y fue testigo por primera vez de la matanza, afirma que llegó a enfermar. ‘No es lo mismo ver las fotografías y videos que verlo en tiempo real donde oyes los gritos y el olor de la muerte. No me lo podía creer. En un momento estás mirado la bahía más pacífica y tranquila del mundo viendo pasar a los delfines, perfectos tras 65 millones de años de evolución, y apenas unas horas más tarde aquellas mismas criaturas están reducidas a pequeños trozos de carne en una superficie de cemento y sus cabezas rodando por el suelo. La verdad es que no he podido dormir desde entonces porque una vez lo ves, no puedes dejar de verlo nunca.’

Desde entonces empezó a regresar a Taiji de forma frecuente, algunas veces durante dos o tres meses, filmando la matanza y haciendo llegar la película a los medios de comunicación y a grupos por el medioambiente. ‘A las cinco de la mañana estaba en la carretera que llevaba a la cala para intentar filmar la matanza, rodeado de tipos que querían matarme aunque no seguros de cómo hacerlo sin llamar la atención. Si he de serte franco, era espeluznante.’

En gran parte fue gracias a sus esfuerzos que la matanza de delfines empezara a atraer la atención de los ecologistas y que los pescadores de Taiji intensificaran sus esfuerzos por ocultarla. La caza se ha visto interrumpida por el grupo por la conservación marina Sea Shepherd y por un grupo de 30 surferos, quienes en 2007 llevaron una marcha pacífica en la bahía con sus planchas de surf. Sin embargo, The Cove promete una atención sobre Taiji sin precedentes. ‘Hay una palabra en Japón, gaiatsu, que significa ‘presión externa’, dice O’Barry. ‘Es de lo que va esta campaña. The Cove es gaiatsu y es lo que les hace cabrear.’

Ese día no había rastro de las lonas que impiden el acceso a la cala durante la matanza y en el mar tampoco se percibían señales de la flota. Resultaba difícil explicar si aquello era debido al oleaje, a la falta de delfines o los pescadores que, tal vez por conveniencia, habían decidido suspender temporalmente las operaciones.

Naturalmente O’Barry había conseguido crear expectación. Dos coches de la policía aparcaron a nuestro lado. Poco después llegó una furgoneta en la que viajaba un equipo de la televisión japonesa. Un policía empezó a tomar nota de los números de pasaporte mientras tres más interrogaban a O’Barry.

‘¿Ha venido a traer problemas?’, preguntó uno de ellos.

‘He venido a mostrar al mundo que Taiji es un lugar maravilloso,’ contestó O’Barry.

‘¿Sabe si ha venido algún grupo anticaza de ballenas?’

‘No.’

El policía miró algo desconcertado, se inclinó hacia delante e indicó a sus compañeros que regresaran a sus coches.

O’Barry dirigió su mirada hacia el mar color gris pizarra, vacío. ‘Un día sin que haya muerto ningún delfín’, dijo con cierta nota musical de satisfacción.

El primer encuentro de Ric O’Barry con los delfines tuvo lugar siendo niño durante la Segunda Guerra Mundial en South Beach, Miami, donde su padre era restaurador. ‘Podías ver a los delfines entre las olas y recuerdo a mi madre explicándome la historia de como los delfines habían salvado las vidas de los pilotos paracaidistas que caían al mar empujándolos hacia la orilla. Aquello me quedó grabado.  Nunca he escuchado de otro animal que salve la vida de un humano. Eso es altruismo.’

A la edad de 16 años, O’Barry se alistó en la Marina de los Estados Unidos. El Día de Navidad de 1955, tras dejar el campo de entrenamiento, fue con su familia a la inauguración del Miami Seaquarium. ‘Recuerdo acercarnos al tanque principal mientras miraba a través de la vitrina. Era absolutamente surrealista. Había peces sierra, rayas, tortugas de mar gigantes, delfines y un tipo paseando por el fondo con un traje de lona y un casco dando pescado a todas esas criaturas. Y me dije, ‘cuando deje la Marina regresaré y conseguiré el trabajo de ese tipo. Y así lo hice.’

En la Marina, O’Barry recibió formación como submarinista y su primer trabajo para el Seaquarium consistió en capturar delfines para las exhibiciones (estima que en su primer año capturó a más de 100) antes de ser ascendido como adiestrador de delfines, obligándoles a realizar varios ejercicios. ‘Era el mejor trabajo del mundo. Tenía la llave de la puerta trasera del Miami Seaquarium. A las 6 de la tarde todo el mundo se iba a casa y esos 12 acres ¡eran míos! Tenía un Porsche nuevo, citas con estrellas de Hollywood en mis días libres…. Era como si hubiera ganado en la lotería.’

En 1963 consiguió el trabajo de entrenar a los delfines que interpretarían a Flipper. Se mudó a una casa colindante al lago de agua salada donde se filmaba la serie y donde vivía Kathy, el delfín que principalmente interpretó a Flipper. Los otros cuatro delfines se mantenían la mayor parte del tiempo dentro del Seaquarium. O’Barry estuvo allí durante los cuatro años que duró la serie.

La sonrisa de los delfines, dice O’Barry, es uno de los mayores engaños de la naturaleza. No pasan por los aros ni hacen equilibrios con su hocico con balones de playa porque disfruten con ello. El condicionante para los trucos con delfines, o ‘comportamiento’ a modo de eufemismo, es la privación de alimento. ‘Actualmente lo llaman ‘recompensa positiva’ sin embargo, es todo lo contrario. Desde la perspectiva de los delfines se limita a: ‘si hago esto bien, sea lo que sea, este idiota hará un silbido y me dará un pescado.’

Por aquel entonces, O’Barry tenía lo que describía como una ‘relación utilitaria’ con los delfines. ‘Por supuesto que estaba unido a ellos, no obstante todo giraba en torno a lo que ellos podían hacer por mí. Luego, poco a poco, quedó manifiesto que no pertenecían al mundo del cautiverio. Los viernes a las 7:30 de la noche solía bajar al muelle con una extensión del cable de la TV y Kathy y yo veíamos Flipper juntos. Fue cuando me di cuenta que tenía conciencia de sí misma. ¿Me hizo sentir culpable? Sí y durante años luché en vano contra ello. No es muy fácil cuando eres un tipo joven y llevas puestas unas anteojeras.’

En el caso de O’Barry, las anteojeras nunca estuvieron del todo herméticas. Desarrolló interés en el trabajo de un vecino cercano, el neuropsicólogo John Lilly, quien estaba llevando a cabo la investigación más radical en relación a la inteligencia y comunicación de los delfines. Lilly ideó experimentos que demostraron que dos delfines retenidos en tanques separados podían comunicarse a través de teléfonos cableados bajo el agua. Lilly concluyó finalmente que era moralmente equivocado retener a los delfines en cautividad y procedió a la liberación de todos sus animales.

O’Barry empezó a conducir sus propios experimentos, haciendo sonar música bajo el agua como forma de comunicación. ‘Los delfines disfrutaron particularmente escuchando a Ravi Shankar y los valses de Strauss’, dice. Sin embargo hoy considera ‘frívolo’ el asunto de la comunicación con los delfines. ‘No tengo que hablar con ellos, sé lo que me dirían: déjanos en paz.’

Para O’Barry, esta consumación estalló finalmente en 1970 cuando recibió una llamada que le avisaba que Kathy, su fiel delfín, había enfermado en su tanque del Seaquarium. Salió a toda prisa justo a tiempo para que Kathy muriera entre sus brazos. ‘Se suicidó,’ dice. ‘Sé que suena descabellado pero eso es lo que observé. Dejó de respirar por voluntad propia. Murió de tristeza y aburrimiento.’

O’Barry se prometió a sí mismo liberar a cada delfín cautivo que pudiera. A la mañana siguiente, se vistió con su camiseta del Seaquarium y voló hacia Bimini, en las Bahamas, donde un delfín llamado Charlie Brown y que el mismo O’Barry había capturado, estaba siendo retenido en una jaula marina en el Laboratorio Marino Lerner. Encubierto por la oscuridad de la noche, cortó una sección de la jaula con un cortaalambres, aunque no logró llevar a Charlie Brown hacia la libertad. Al día siguiente O’Barry se entregó. Pasó una semana en la cárcel.

Con aportaciones de varios amigos, incluyendo donaciones del músico de rock Stephen Stills, O’Barry fundó el Dolphin Project con el fin de estudiar el comportamiento de los delfines y liberar y rehabilitar a los animales procedentes de espectáculos de delfines e institutos de investigación. Estima que ha ayudado a liberar del cautiverio a más de 30 delfines, en su mayor parte de forma encubierta.

Uno puede detectar cierto grado de expiación en todo esto. El negocio del espectáculo de delfines que Flipper y el mismo O’Barry crearon es actualmente un negocio de millones de dólares. Según la Whale and Dolphin Conservation Society, existen cerca de 250 delfinarios en todo el mundo reteniendo a más de 1.000 delfines. O’Barry dice que un sólo delfín puede generar un millón de dólares al año. Japón posee 47 delfinarios, el mayor número del mundo. (En la década de los 70 existían más de 30 delfinarios en Gran Bretaña, sin embargo,  los tres últimos delfines cautivos fueron liberados a su estado salvaje en el Caribe en 1991 después de que el gobierno impusiera estrictos estándares tras una campaña pública). Los estudios han demostrado que los delfines en cautividad sufren enfermedades, anomalías en el comportamiento y muerte prematura. ‘Nada de esto es educativo como la industria reclama,’ dice O’Barry. ‘Al contrario, es educar mal.’

Taiji es el principal proveedor de delfines para las instalaciones en China y Japón. Normalmente el Whale Museum negocia las ventas de la ciudad. Por ejemplo, el Riviera Dolphin Blue Resort, que abrió en julio en Kamakura-Zushi, tiene cuatro delfines procedentes de Taiji que retiene en un puerto contaminado por el combustible diesel de los yates de lujo. Los visitantes pagan 42 libras (6.300 yenes) por abrazar a un delfín. En Taiji, la carne de delfín puede costar hasta 330 libras (50.000 yenes) sin embargo un buen ejemplar vivo puede alcanzar más de 100.000. O’Barry sostiene que es un mercado mucho más lucrativo que la tradición de comer carne de delfín y que esta industria es la que fomenta la matanza. ‘Si no se capturaran delfines para su venta, no los masacrarían, tan simple como eso. Hablan de temas culturales sin embargo es puro negocio.’

El director del Whale Museum, Hiromitsu Nambu, afirma que la venta de delfines vivos ‘proporciona fondos necesarios para la educación e investigación’, negando cualquier relación con la matanza y asegurando que no recibe fondos, ni anima o participa en ninguna matanza de delfines por su carne. O’Barry explica que su experiencia en Taiji le ha enseñado que cualquier intento por persuadir a los japoneses a que abandonen la caza de delfines por razones de crueldad resulta en vano. Lo que describe como el talón de Aquiles de la presión a la caza de delfines es el envenenamiento por mercurio.

El mercurio entra en los ríos y océanos principalmente a través de la lluvia y campos de cultivo. Las bacterias pueden convertirlo en metilmercuio, una forma orgánica que se biomagnifica en la cadena trófica, razón por la cual depredadores de más alto nivel como tiburones y delfines tienen niveles más elevados de mercurio. El mercurio puede causar graves daños en el feto humano provocando problemas en el desarrollo mental así como daños en humanos adultos que van desde la pérdida de memoria a fallos circulatorios.

Cuando O’Barry vino por primera vez a Taiji compró carne de delfín que se estaba vendiendo en los supermercados y la examinó para mercurio. Los niveles excedían sobradamente los estándares de seguridad japoneses. O’Barry distribuyó esta información aunque nadie mostró mucho interés. Más tarde, en 2006, dos congresistas, Juni-chiro Yamashita y Hisato Ryono, llevaron a cabo sus propias investigaciones sobre las carnes de calderón y delfín compradas localmente, similares a la carne servida a los niños en los programas de comidas escolares.

Una muestra de carne de delfín contenía 10 veces el nivel de mercurio aconsejado por el ministerio de salud y una lectura 10,33 veces para metilmercurio. Otra muestra de carne de delfín reveló 15,97 y 12 veces los niveles de mercurio total y metilmercurio aconsejados y que, según Shigeo Ekino de la Universidad de Ciencia Médica Kumamoto en Kyushu y una autoridad en el envenenamiento de Minamata, eran niveles más elevados que cualquier pescado contaminado de mercurio durante el desastre de Minamata en la década de los 50 y que acabó con la vida y deformación de miles de personas.

O’Barry me explicó que tras los resultados obtenidos, la carne de delfín fue discretamente retirándose de los menús escolares pero que el gobierno japonés no ha tomado ninguna medida que prohíba su venta en establecimientos y restaurantes.

Tanto Yamashita como Ryono son entrevistados en The Cove hablando acerca de los niveles de mercurio en la carne de delfín, un acto de considerable coraje en una sociedad donde el dicho dice ‘el clavo que sobresale siempre recibe un martillazo’. Ryono, que sigue como congresista, ha sido crítico con la película declarando para una agencia de noticias japonesa: ‘Es una traición… pensé que la película iba sobre la contaminación marina sin embargo tiene que ver con la anticaza de ballenas.’ Yamashita ahora conduce un taxi en Tokio. ‘Se ha visto sometido a una tremenda presión,’ dice O’Barry. ‘Nadie le habla. Es un auténtico héroe en esta historia. En un mundo justo debería ser el alcalde o el Ministro de Medio Ambiente de Taiji.

‘Mi pregunta es, si no sirven carne de delfín a los niños, ¿cómo es que siguen vendiéndola? Los medios de comunicación japoneses no informan nada pero teniendo en cuenta que todos los japoneses saben lo ocurrido en Minamata, sólo hemos de conectar los puntos entre Minamata y Taiji. La toxicidad de los delfines puede que sea lo que los salve.’ Hizo una pausa. ‘Que si lo piensas resulta irónico.’

A primera hora de la mañana de nuestro segundo día en Taiji, O’Barry recorrió el vestíbulo del hotel vistiendo una chaqueta con las palabras ‘equipo de rescate de delfines’ y llevando un folleto plastificado mostrando fotografías de la carne de delfín contaminada y un libro de Minamata, preparado para su encuentro con los equipos de televisión japoneses.

Propuso una gira por Taiji. Partimos en un coche de línea y un pequeño convoy siguió nuestra estela. En el puerto, la flotilla de barcos empleada para conducir a los delfines a la cala se balanceaba serenamente sobre las grises aguas. Evidentemente hoy no habría caza. En el exterior del edificio de la cooperativa de pescadores había una barricada con una señal anunciando que las personas ajenas se mantuvieran alejadas. En el supermercado de enfrente, un hombre a quien O’Barry identificó como el jefe de la cooperativa, hacía guardia en la puerta, al parecer, dispuesto a espantar a quien fuera que entrara en busca de la prueba acusatoria de la carne de delfín. Las persianas de los supermercados estaban bajadas.

Volvimos al autobús y salimos en dirección al Whale Museum. En los estantes de una tienda de regalos del museo y junto a los tiernos muñecos de ballenas se exhibían paquetes de carne de ballena y delfín. ‘Es el único lugar del mundo donde puedes mirar los espectáculos de delfines y luego comértelos,’ decía O’Barry.

Las puertas de cristal llevan al delfinario que es un gran lago con un dique que bloquea la salida al mar y dividido en una serie de jaulas que retienen a una docena de delfines y calderones. ‘Odio estos lugares,’ dijo O’Barry. ‘Sé exactamente lo que están experimentando estos delfines. Absorbo su sufrimiento.’

Orca en cautividad - Loro Park (Tenerife)Una magnífica orca, una de las dos únicas orcas solitarias en cautividad, trazaba círculos en su jaula aislada. El tintineo de una música empezó a sonar y un hombre vestido con un traje azul cruzó el puente de red sosteniendo un cubo de pescados. A su instrucción, la orca emergió del agua y luego dejó caerse hacia atrás en un chapoteo sonoro. El hombre sostenía un palo con una pelota sujeta en el extremo. Al ritmo que la música subía de volumen en un majestuoso crescendo, la orca seguía trazando círculos en la jaula reuniendo el momento para saltar en el aire y tocar la pelota con su hocico. Resulta difícil concebir un ejemplo más deprimente del dominio equivocado del hombre sobre la bestia. O’Barry pasó sin mirar con el equipo de la televisión japonesa detrás de él.

Próximos al lago había varios tanques más pequeños. En uno de menos de 24 metros cuadrados, dos delfines mulares presionaban sus hocicos contra el cristal. O’Barry parecía decaer. ‘Es una cámara de tortura,’ explicaba. ‘No debería estar permitido en ningún lugar del mundo.’

Dos entrenadores se habían posicionado en sus puentes de red y animaban a tres delfines y a un calderón a salpicarles con agua antes de alejarse nadando agitando sus aletas en el aire parodiando una despedida. Empuñando sus fotos de carne de delfín contaminada ante las cámaras de televisión,  O’Barry dijo: “Yo no soy la historia, esta es la historia.’

Abandonada en su jaula apartada, la orca permanecía apoyada contra los montantes del puente de red, olvidada, como un actor descansando antes de la siguiente representación.

Esa noche, los acontecimientos del día marcaron la tercera noticia  (la primera trataba sobre el robo de una cabeza de muñeco en un coche) planteada como un grupo de ‘activistas extranjeros’ yendo a Taiji y desbaratando las vidas de los pescadores. Se hacía una fugaz mención al tema del mercurio. Era el segundo día y la caza aun no había empezado. ‘Hoy,’ dijo O’Barry, ‘ha sido un gran día para los delfines.’

Los delfines no están en la lista de especies en peligro de extinción aunque, según Mark Palmer de la Earth Island Institute, el número de delfines que actualmente se masacra a orillas de Japón es suficiente para degradar e incluso exterminar la población local en esta región. Como cetáceos, los delfines podrían incluirse dentro del ámbito de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) que en 1986 impuso una moratoria a toda caza de ballenas u otro cetáceo no considerada bajo ‘propósitos científicos’. Sin embargo, Japón ha bloqueado sistemáticamente cualquier intento de introducir a los delfines en el programa, sosteniendo que la CBI no tiene competencia en relación a cetáceos menores.

Si bien no existe restricción internacional impuesta en el número de delfines que pueden matarse en aguas de Japón, la agencia de pesquerías del gobierno impone su propia cuota de 23.000 delfines al año. El año pasado se mataron cerca de 16.000. ‘El número está disminuyendo,’ señala Palmer, ‘creemos que en parte es porque los stocks están disminuyendo y porque les está siendo difícil vender la carne.’

Las encuestas indican que únicamente un 1% de la población come carne de ballena y raramente figura en la dieta de la gente joven de Japón. La industria ballenera japonesa está prácticamente subvencionada por el gobierno. ‘Creo que el gobierno de Japón teme que los ecologistas puedan llegar a detener la caza de ballenas, pues de igual modo, por razones medioambientales, podrían detenerse otras oportunidades de pesca que tienen en todo el mundo,’ señala Palmer. ‘En realidad creen que si se pone fin a la caza de ballenas, más tarde será el atún y la merluza y finalmente nos moriremos de hambre. Es el principio de dominó de las pesquerías.’

Es difícil demostrar lo que se piensa en Taiji acerca de todo esto. Cuando intenté presentarme al jefe de la cooperativa de pescadores, éste me miró con los ojos de par en par y gritó: ¡Fuera! Con la ayuda del traductor de O’Barry intenté contactar con el alcalde de la ciudad pero no aceptó ninguna llamada.

Sugerí a un equipo de la televisión local negociar una entrevista con los pescadores. ‘No confían en los periodistas extranjeros,’ me contestó un periodista. ‘Vienen y nunca explican su lado de la historia.’

¿Cómo puedo explicar su lado de la historia si no quieren hablarme?, pregunté. Se rió. ¿Por qué los occidentales ven tan espantoso que los japoneses coman carne de ballena? ¿Qué diferencia hay entre comer ternera o cordero? En Occidente comes conejo y la gente japonesa cree que el conejo es un animal muy bonito.’ Kawaii de nuevo.

Sin embargo, los delfines son unas criaturas muy inteligentes, dije. La gente siente una conexión especial con ellos.

Parecía confundido. ‘Los monos son más inteligentes y la gente come monos y la gente blanca no intenta detenerlos. Creo que la gente blanca siempre cree tener razón. Creo que la gente blanca piensa que los japoneses son… menos.’ Se rió. ‘Es por eso que los americanos dejaron caer la bomba en Hiroshima y no en Alemania.’

Tardamos menos de 5 minutos en pasar de hablar de delfines a hablar del holocausto nuclear.

Era el fin del tercer día y la caza aun no había empezado.

Al día siguiente, O’Barry y la tripulación de rodaje dejó Taiji con destino a Tokio. ‘Si estuviera soltero me mudaría aquí y me quedaría hasta que todo esto terminara’, decía. ‘Sin embargo es difícil permanecer mucho tiempo y seguir teniendo un matrimonio sano.’ Su primera relación acabó hace 20 años víctima de un triángulo entre O’Barry, su esposa y los temas de delfines (los temas de delfines ganaron). Ahora está casado con una periodista danesa de 37 años, Helene, a la que O’Barry conoció hace 10 años en una conferencia por el medioambiente. Han adoptado a una niña china de 4 años.

A lo largo de los años ha trabajado para varios grupos ecologistas. Actualmente trabaja en el Earth Island Institute aunque dice que puede sufragar poco más que la factura de un supermercado y otros bienes esenciales. ‘Para mí es suficiente. Confían en que haré lo que hago porque saben que lo haría igualmente, me pagaran o no.’

La defensa de O’Barry por los delfines no lo ha hecho célebre en el mundo. Dice que su decisión de hablar en contra del cautiverio de delfines le ha costado su estrecha relación con Ricou Browning, creador y productor de Flipper. No está invitado a las reuniones anuales del equipo de rodaje de la serie y ha perdido a todos sus viejos amigos en el negocio de los delfinarios al que ahora aborrecen. ‘Paso la mayor parte de mi tiempo rodeado de la gente que me odia. A los 70 años de edad debería estar rodeado de la gente que me ama. Sin embargo, dejo mi casa y salgo tras la pista del delfín, como yo lo llamo. Principalmente tiene que ver con el conflicto, el estrés y la lucha.

Actualmente se enfrenta a dos demandas a las que ha llamado ‘los 12 de Taiji’: 12 delfines capturados en Taiji en 2006 y vendidos al Ocean World Adventure Aquatic Park en Puerto Plata, República Dominicana, por 154.000 dólares cada uno. O’Barry fue un elemento clave en la campaña de agrupar docenas de grupos medioambientales de todo el mundo para impedir que los delfines fueran exportados a la República Dominicana. Una demanda es por calumnia surgida tras una entrevista en la que Ric O’Barry criticó al director general del Ocean World, Stefan Meister, y la segunda por ‘interferencia dolosa’, que alega que intencionadamente saboteó el contrato de entrega de los delfines al Ocean World y por lo que la compañía exige 300 millones de dólares como compensación.

La abogada de O’Barry, Deanna Shullman, señala que sus declaraciones fueron ‘meros discursos políticos con el fin de detener la matanza de delfines de Taiji y como tal, protegidas bajo la Primera Enmienda.’

‘Trescientos millones de dólares…’

O’Barry suspira profundamente. ‘Lo peor de todo’, dice, ‘sería el tiempo que tendría que pasar haciendo declaraciones, tiempo que preferiría pasar con mi familia o salvando a los delfines. Pero esa es la cuestión, están intentando impedir que llevemos a cabo nuestro trabajo.’

Fijó su mirada a través de la ventana. Empezó a lloviznar y el mar se agitaba amenazador. No se divisaba ningún barco de pesca. Parecía que una vez más los cazadores de delfines de Taiji habían decidido quedarse en casa.  ‘Es como hacer sonar la alarma de un tren. Siempre tarda un poco en detenerse pero finalmente se detiene. Hemos hecho sonar la alarma.’

Cuatro días más tarde llegaron noticias de que la caza de delfines en Taiji se había reanudado. Según informaban los periódicos japoneses, se habían cercado en la cala unos 100 delfines mulares y unos 50 calderones. Los calderones habían sido masacrados por su carne. Según cuentan los testigos, unos 25 delfines habían sido vendidos a acuarios y el resto liberado. Parecía que gaiatsu surgía efecto.

Telefoneé a O’Barry que se encontraba en Francia acudiendo a la proyección de The Cove en el Deauville Film Festival. ‘Intentan calmar la crítica haciendo creer que ya no están matando delfines pero siguen con su cultura de matar ballenas,’ me explicó. ‘Aún así los calderones tienen los niveles de mercurio más elevados. Ahora el tema se centra en identificar la carne de calderón como contaminada de mercurio y detener del todo estas capturas.’

Dice que regresará a Japón en un par de semanas para proyectar The Cove para 250 miembros de los medios de comunicación en Tokio. Luego los invitará a una visita por Taiji. ‘Subiremos a tantos autobuses como haga falta’ dice. ‘Seguiré yendo a Taiji hasta que esto acabe.’

Toda la información en thecovemovie

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