Las orcas en el océano Austral aun no se han recuperado del devastador impacto que supuso la muerte de miembros familiares provocada por los pescadores ilegales de merluza negra hace más de 20 años, según señala un estudio conducido por científicos de la Universidad Deakin, Australia.
El estudio longitudinal conducido por investigadores de la Escuela de Estudio de la Vida y Ciencias Ambientales de la Universidad Deakin y el Centre National de Recherche Scientifique (CNRS), Francia, ha revelado que la poblacióń de orcas en aguas subantárticas cerca de las islas Crozet sigue siendo la mitad de lo que fue antes de que empezara la pesca ilegal de merluza negra en 1996.
Un estudio longitudinal es un tipo de estudio observacional que investiga al mismo grupo de individuos de manera repetida a lo largo de un período de años (décadas e incluso siglos) en investigaciones científicas que requieren el manejo de datos estadísticos sobre varias generaciones consecutivas de progenitores y descendientes.
En el estudio, publicado esta semana en la revista científica Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), el equipo detalla cómo la pérdida de miembros familiares en grupos reconocidos por su organización bien definida ha tenido impactos catastróficos a largo plazo para el resto de la población.
El Dr. Paul Tixier, científico marino de la universidad, explica que las orcas son animales de largas vidas que mantienen vínculos muy fuertes entre los miembros del grupo, con un complejo aprendizaje social (técnicas que las orcas jóvenes aprenden de las orcas más veteranas dentro del grupo) y una transmisión de conocimiento tan indispensable que las crías que se apartan de su influencia carecen de preparación para lidiar con su entorno.
“Por ejemplo, una vez el número de miembros dentro de un grupo se vio drásticamente reducido, algunas de las orcas intentaron relacionarse con otras de otros grupos para mantener la efectividad del grupo de caza, que es una estrategia de caza clave para las orcas cuando acechan a presas grandes,” explica.
“Pero estos vínculos resultaron ser débiles y esporádicos y provocaron una supervivencia más baja para aquellas orcas que quedaron en los grupos más afectados por los eventos de matanza en la década de los 90.
Además del tamaño más reducido del grupo, las orcas supervivientes probablemente sufrieron la pérdida de familiares clave tales como hembras más viejas, cuyo conocimiento para encontrar alimento y técnicas de caza beneficia a todos los miembros del grupo.
El equipo de Tixier, dirigido por el investigador CNRS, el Dr. Christophe Guinet y la estudiante Marine Busson, estudiaron el comportamiento de 221 orcas encontradas en 6.087 ocasiones entre 1987 y 2014.
La pesca ilegal de merluza negra empezó en aguas de las islas Crozet en 1996 y las orcas aprendieron rápidamente que su presa era más fácil de capturar en el extremo de los palangres. Los pescadores ilegales solían disuadirlas usando explosivos o armas de fuego, provocando pérdidas catatróficas en las poblaciones.
Cuando los esfuerzos de vigilancia pusieron fin a la pesca ilegal a gran escala en 2002, la población de orcas se había reducido un 60 por ciento y las orcas de grupos sociales conocidos antes del periodo de pesca ilegal no se habían reasociado en grupos sociales estables.
Tixier dice que una investigación separada ha revelado que la pesca ilegal también ha afectado a la población de merluza negra, con consecuencias adicionales para las poblaciones afectadas al haber esquilmado su fuente de alimento.
Dice que los esfuerzos conjuntos de gobiernos y la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA) ha reducido la incidencia de la pesca ilegal pero que las orcas siguen alimentándose de los anzuelos de pesqueros autorizados dedicados a la pesca de merluza negra.
Tixier está colaborando con la Universidad de Tasmania para considerar formas de minimizar estas interacciones, que también ocurren en aguas australianas.