No estamos ni a finales del segundo mes de 2020 y ya hemos batido el récord de concentraciones de CO2 en la atmósfera en la historia de la humanidad. La última vez que los niveles de CO2 fueron así de altos, cerca del polo sur crecían árboles y los niveles del mar eran entre 50 y 65 metros más elevados que hoy.
El Observatorio Mauna Loa en Hawai, que lleva haciendo mediciones desde 1958, registró el 10 de febrero un promedio diario de concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera de 416,08 partes por millón (ppm).
Es difícil poner esta cifra en perspectiva, pero vamos a intentarlo: “la última vez que los humanos experimentaron niveles tan altos fue… nunca. Los humanos no existíamos por aquel entonces. Nuestra especie, Homo sapiens, surgió hace 350.000 años.
Que cada día estos niveles alcancen una nueva cifra sin precedentes ya no sorprende a casi nadie, pero el nuevo registro atmosférico subraya el hecho de que las concentraciones de CO2 están alcanzando nuevas cifras récord a diario cuando se supone que tendríamos que estar reduciéndolas, si es que queremos evitar el desastre climático.
El dióxido de carbono atmosférico sigue un patrón de vaivén a lo largo del año provocado por los cambios estacionales en la vegetación. Las plantas y los árboles absorben dióxido de carbono, de manera que las estaciones con más vegetación tienen niveles más bajos de CO2. Estas concentraciones de CO2 alcanzan normalmente su pico más alto en abril y mayo porque la descomposición de las hojas en el hemisferio norte (particularmente en Rusia y Canadá) han estado emitiendo dióxido de carbono a la atmósfera todo el invierno, mientras que las hojas nuevas todavía no han brotado y por tanto no han absorbido gran parte del gas.
Este ciclo ha venido impulsado por procesos naturales durante toda la existencia de la humanidad, hasta que los humanos empezamos a emitir dióxido de carbono. Fue el científico americano Charles Keeling quien primero advirtió al mundo en la década de 1950 sobre la posibilidad de la contribución de la humanidad al “efecto invernadero” y calentamiento global. La curva de Keeling, que lleva su nombre, es un registro diario de la concentración atmosférica de CO2 y es actualizada por la Institución Scripps de Oceanografía.
Actualmente ese vaivén todavía existe, pero ha estado aumentando cada año que pasa. El récord registrado en el Observatorio Mauna Loa, el criterio de referencia por la interferencia casi inapreciable de fuentes locales de CO2, es señal de que en los próximos meses se alcanzarán nuevos récords.
Los científicos pueden tener una visión más amplia del dióxido de carbono mediante el examen de las burbujas de aire atrapadas en los núcleos de hielo de la Antártida y Groenlandia y que les permiten reconstruir los niveles de dióxido de carbono pasados. Estos núcleos proporcionan un registro de los niveles de dióxido de carbono durante los últimos 800.000 años. Antes de la revolución industrial (sobre 1800) los niveles de dióxido de carbono nunca superaron las 300 ppm en esos últimos 800.000 años.
Las cosas empezaron a cambiar rápidamente durante la era industrial, cuando los humanos empezamos a quemar combustibles fósiles. La atmósfera que hemos creado se remonta a millones de años antes de nuestra propia existencia.
A pesar de los claros peligros que supone una atmósfera cargada de dióxido carbono, seguimos emitiendo CO2 y cada vez más deprisa.
La curva de Keeling revela un aumento constante de los niveles de CO2 en la atmósfera durante décadas.
Una cosa está clara de seguir así: seguiremos alcanzando concentraciones sin precedentes en la atmósfera. En mayo de 2019 superamos las 415 ppm por primera vez. Ese registro superó el anterior, alcanzado sólo 3 meses antes. Nunca habíamos superado las 400 ppm antes de 2015.
El dióxido de carbono permanece en la atmósfera durante decenas de miles de años, atrapando calor de la radiación solar y propiciando el cambio del clima: olas de calor cada vez más intensas, voraces incendios, calentamiento y acidificación de los océanos, sequías, tormentas e inundaciones. También está afectando a la calidad del aire que respiramos, provocando una crisis de salud pública, e incluso dificultando la concentración. La ciencia sigue advirtiendo que los peligros que corre la humanidad de seguir emitiendo carbono nunca han sido tan evidentes.
Los investigadores advierten que nos estamos acercando a puntos críticos que pueden hacer desencadenar un calentamiento global galopante y alterar el sistema climático del planeta. El hielo marino ártico antiguo está a punto de desaparecer. En tierra, las enormes plataformas de hielo de la Antártida se enfrentan a un peligro de colapso inminente que podría hacer aumentar 10 pies o más los niveles del mar. Y mientras, los bosques son cada vez más propensos a incendios y algunos han empezado incluso a emitir carbono y a agravar la crisis climática. Todo ello, combinado con la contínua emisión de carbono, significa que vamos directos a más devastación climática.
Se estima que la actividad humana ya ha elevado 1ºC las temperaturas globales y que el calentamiento global está provocando aumentos de 0,2ºC por década. Es señal de que nos estamos quedando sin tiempo para reducir nuestras emisiones y evitar superar los 1,5ºC, algo que podría producirse entre 2030 y 2052, momento en el que muchos de los cambios que ocurran en el planeta serán irreversibles.
Pero todavía podemos cambiar, aunque solo nos queden 10 años para hacerlo, según expertos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. La economía global tendrá que cambiar radicalmente.
No será fácil, pero la alternativa es la catástrofe absoluta.