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La historia se repite: el camino hacia la extinción sigue pavimentándose con la avaricia y el derroche

De pequeño leí acerca de la casi extinción del bisonte americano. Recuerdo aquellos libros que ilustraban como los viajeros en tren asomaban sus armas por las ventanillas y abatían a centenares de bisontes, que una vez dominaron las grandes llanuras de Norteamérica, mientras la locomotora aceleraba entre los restos del salvaje oeste. La población de bisonte americano colapsó pasando de los 30 millones a unos pocos a comienzos del siglo XX.

Recuerdo que pensé, con la superioridad característica de un niño, que este tipo de cosas nunca podrían ocurrir hoy en una sociedad que ha, en una palabra, progresado.

Hoy, ya adulto, el mundo me ha hecho más sagaz: el mes pasado la Convención sobre el comercio internacional de especies en peligro (CITES) derrocó una prohibición del comercio de atún rojo Atlántico en peligro crítico de extinción. Desde una perspectiva científica, ecológica, racional y moral, la historia del atún rojo Atlántico es una larga historia, en su mayor parte, carente de todo sentido común.

Desde 1970, la población de atún rojo Atlántico ha descendido un 80 por ciento debido, igual que el bisonte, por una razón: la caza excesiva. Clasificado como en peligro crítico por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la ‘gestión’ del atún ha venido regulada durante tiempo por una organización conocida como ICCAT (Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico), que ha ignorado continuadamente el consejo de su propia comunidad científica. Durante años, cuando los investigadores hallaban una cuota de pesca en base a las estimaciones de la población, la ICCAT la duplicaba. Además, la extendida pesca ilegal, año tras año, agravó todavía más la situación de la especie. El año pasado, los científicos de la ICCAT recomendaron por primera vez una prohibición total de la pesca de atún rojo Atlántico, pero de nuevo la ICCAT ignoró su propio consejo y fijó una cuota de 13.500 toneladas.

Tras los reiterados fracasos de la ICCAT y el continuado descenso de la población, el deber de encauzar el sentido común, que dice que de seguir adelante llevará al colapso de la población y la posible extinción de la maltrecha especie, caía ahora en las naciones del mundo a través de organismos como la CITES. Sin embargo el mes pasado dicho organismo no lograba reunir los dos tercios de la mayoría necesaria para aprobar la prohibición: el voto perdió abrumadoramente con 20 votos a favor de la prohibición, 68 votos en contra y 30 abstenciones.

¿El motivo? La codicia. La especie tiene mucho valor, al menos para un país. Tres cuartos de la captura se envían a Japón para la elaboración del sushi y, cuanto más escasea el atún rojo Atlántico, es decir, más al borde está de la extinción, más dinero se paga por un solo pez. Se estima que actualmente el comercio de atún rojo Atlántico tiene un valor anual de 7 billones de dólares americanos y un único ejemplar alcanza en el mercado los 100.000 dólares. El voto de la CITES demuestra que, cuando la codicia exige extinción, tenemos que dejar de hacer sonar la alarma.

Pero la CITES no solo no ha conseguido proteger al atún rojo Atlántico. Muchas especies de tiburón capturadas en el comercio del finning también han quedado desprotegidas.

Al igual que todas las demás especies, los humanos consumimos, pero a diferencia del resto de especies, nosotros derrochamos y cuanto más crece nuestra población, más dispuestos estamos a ello. En el caso del shark finning a nivel global, los tiburones son capturados, sus aletas son amputadas y luego se arroja sus cuerpos por la borda donde mueren. Es un proceso cruel y horrible, pero lo peor de todo es que es derrochador: los pescadores tiran los cuerpos porque su carne no tiene valor suficiente. Se estima que cada año se masacran más de 100 millones de tiburones solo por sus aletas.

No es de sorprender entonces que este comercio haya ayudado a colapsar sus poblaciones en todo el mundo y que en apenas 15 años hayan sido devastadas en Mediterráneo y en el golfo de México con descensos de hasta un 90 por ciento. Sin embargo, este declive es mundial: durante este mismo periodo de tiempo las poblaciones de tiburones en el Atlántico Noroeste han descendido en un 75 por ciento. Hasta la fecha, el 32 por ciento de los tiburones oceánicos y rayas están amenazados de extinción.

A pesar de que las terribles estadísticas fueron el motivo que llevó a los tiburones a ser el foco de atención principal en la reunión de la CITES, ninguna de las ocho especies de tiburones propuestas para ser listadas recibió suficientes votos para ganar protección y aunque la mielga había ganado votos suficientes los países asiáticos lograron forzar una segunda votación antes de finalizar la reunión dejando a la especie, al igual que a sus parientes, completamente desprotegida.

Como máximos depredadores, los tiburones y el atún rojo desempeñan un importante papel en el ecosistema, controlando las poblaciones de sus presas y afectando también a las presas de las presas. Probablemente, sin tiburones y sin atún rojo todo el ecosistema marino se desmorone, al igual que ocurrió en Yellowstone sin lobos.

Japón es el villano de esta trama: el turista del tren que descansa su arma en la ventanilla, acribillando lentamente, presionando para que ninguna especie marina reciba protección o vea aumentada su regulación.

China, Rusia y Canadá fueron los cómplices serviciales de Japón. Si bien la alianza de Rusia y China con Japón puede que no sorprenda, sí sorprende la de Canadá, en especial considerando que Estados Unidos y la Unión Europea apoyaban dichas prohibiciones. Canadá se ha convertido en un paria medioambiental: uno podría llegar a decir que el actual gobierno de Canadá hace parecer a la administración Bush más ecologista. Unirse a Japón en la CITES es sólo la negativa más reciente de Canadá por la sostenibilidad medioambiental global.

Lo que resulta interesante del comportamiento de Japón es que su gobierno sabe perfectamente que un día no muy lejano no podrá disponer de atún rojo Atlántico. O hay una prohibición o más que probablemente no habrá más atún que capturar. Dada la situación actual, hubiera sido más inteligente para la economía de Japón proteger a la especie ahora y en las próximas décadas haber seguido consumiendo atún rojo Atlántico en pequeñas cantidades. Sin embargo Japón ha elegido la codicia, y la codicia por definición no entiende de futuro, solo de presente. El derroche va a la par.

La casi extinción del bisonte americano fue debida a una combinación de avaricia y derroche: los americanos masacraron a millones de bisontes por su piel y por un programa verdaderamente cruel del gobierno para matar de hambre a los nativos americanos. Anterior a la llegada de los europeos a Norteamérica, los bisontes habían sido gestionados durante tiempo por los nativos americanos a través de la caza y la quema de la sabana. La llegada de enfermedades europeas diezmaron las poblaciones nativas, aunque algunos investigadores creen que la población de bisonte creció e incluso se expandió hasta que se produjeron los primeros asentamientos europeos en el oeste.

En realidad, a pesar de esta larga historia, la historia del bisonte americano acabó con un final feliz… bueno, algo. Gracias a los esfuerzos de varios conservacionistas, más notablemente de James ‘Scotty’ Philip, el bisonte americano no desapareció completamente de la Tierra, una posibilidad que hoy puede parecer difícil de imaginar pero que hace unos cientos de años fue bastante probable.

Uno puede encontrar pequeñas poblaciones de bisontes americanos en áreas protegidas aunque nada comparado con las que una vez deambularon por el oeste de Norteamérica. Sin embargo, es más probable que conduciendo por Estados Unidos uno vea un bisonte en cautividad cercado por vallas. El gobierno no lo considera el ‘verdadero’ bisonte dado que los análisis genéticos muestran que muchos de los bisontes se han mezclado intensamente con el ganado.

Éste muy bien puede ser el mismo destino para el atún rojo y los tiburones: restos de la población a la que se críe para saciar el apetito siempre creciente de la humanidad, quizás cruces entre otras especies de atunes y tiburones o simplemente modificados genéticamente para producir más carne o, en el caso de los tiburones, aletas más grandes.

Así que, cuando se refiere a la avaricia humana y al derroche, no te engañes: tal como hicimos ayer, explotaremos intencionalmente hasta la extinción a las especies de la megafauna, el atún rojo, los tiburones o el bisonte americano. No hemos progresado y negándonos a aprender del pasado estamos condenados a repetirlo. Por supuesto, a diferencia de los ignorantes, lo repetimos con pleno conocimiento de nuestras consecuencias y ni siquiera eso nos detendrá.

No sabemos cuándo acabará el ciclo pero es muy probable que en uno o doscientos años a partir de ahora los océanos sean tan distintos y solitarios como lo es hoy el oeste de América del Norte, pequeños restos en la ausencia de lo que fue una vez. 

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