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La historia de un delfín: los últimos momentos de una hembra de calderón en Taiji

Bajo la superficie del océano se desliza una figura robusta y negra con forma de torpedo. No está sola; nunca lo está. Con ella hay más.

Es una hembra de calderón de aleta corta. Nada con su manada. Nació en ella y nunca la abandonará. Su abuela es la matriarca, la que guía a su familia, la que conduce al resto del grupo a las ricas zonas de alimentación, la que transmite la cultura y el lenguaje a la manada. Cada miembro del grupo se consagra a ella y a los demás. El calderón o ballena piloto es la especie de delfín más social, exhibiendo vínculos familiares extremadamente fuertes. Y esto es algo que puede observarse en los varamientos masivos, donde una manada entera vara junta para no dejar solo a ningún familiar. Estos vínculos también han sido observados en la cala de Taiji, en Japón, donde los miembros de una familia luchan por sus compañeros sin abandonarse, ni siquiera en los peores momentos.

En su pecho exhibe una distintiva área más clara en forma de corazón, literalmente. Los individuos pueden identificarse por sus aletas dorsales ya que cada una varía en tamaño y forma – los machos tienen aletas dorsales más grandes y ganchudas que las hembras. También se distinguen por su cabeza grande y en forma de bulbo. No tienen un “pico” alargado, que es algo que caracteriza a muchas especies de delfín, incluido el delfín mular más comúnmente conocido.

Y ese rostro… Hay algo muy especial en el rostro de un calderón. 

Su esperanza de vida es de unos 60 años, pero los machos pueden vivir unos 45. Alumbra a sus crías cada 3 y 5 años una vez alcanza la madurez sexual. Las crías dejarán la manada para reproducirse (en torno a los 12 años), pero regresarán más tarde para unirse de nuevo. Dejará de reproducirse a la edad de unos 35 años, pero puede producir leche hasta casi los 50. Se sabe que las hembras de calderón más viejas cuidan a crías que no son suyas. Los humanos, las orcas y los calderones son las tres únicas especies de mamíferos en las que las hembras viven pasada la menopausia.

Aunque suelen llamarlas ballenas piloto, en realidad una ballena piloto es un delfín. De hecho, todos los delfines son ballenas pero no todas las ballenas son delfines. Las ballenas pertenecen al orden de los cetáceos que se subdividen en dos subórdenes: los misticetos dotados de barbas y los odontocetos dotados de dientes. Las ballenas barbadas tienen barbas en el maxilar superior que sirven de criba y les permite filtrar el alimento. Los calderones, odontocetos, tienen entre 40 y 80 dientes, que usan para agarrar a su presa. El calamar es su alimento preferido aunque también se alimentan de otros cefalópodos como pulpos y chipirones y una variedad de pequeños peces.

La hembra de calderón de esta historia está bien adaptada a sumergirse a profundidades. Su cabeza bulbosa contiene una enorme cantidad de espermaceti, una sustancia cerosa hallada también en otras especies que se sumergen a grandes profundidades como los cachalotes. Normalmente caza por la noche.

Y en un día como éste, descansando con su manada en la corriente, con su estómago lleno, su vida y la de su familia cambiaron para siempre.

Los barcos pueden acercarse fácilmente a estas familias que descansan en el mar. Sin embargo, los barcos que se acercaron a su familia ese día no lo hicieron para verlas de más cerca. Sus razones eran mucho, mucho más siniestras.

Despertada por el ruido provocado por los golpes de unas barras de metal contra el agua, la matriarca advirtió al grupo que debían alejarse. Siendo extremadamente sensibles al ruido, los sonidos resultaban muy dolorosos. Sin embargo, por mucho que intentaban alejarse, el ruido no dejaba de seguirlos. Las crías se movieron hacia el centro mientras los machos defendían al grupo desde el perímetro.

Tras horas de agresiva persecución, los barcos, con sus ruidosos motores, lograban empujar a la familia hacia la cala. Siendo una especie que pasa la mayor parte del tiempo mar adentro, los calderones estaban totalmente confundidos. Por detrás de ellos cayó una red – una barrera que les impediría regresar a mar abierto. La ecolocalización no les proporcionaba la información necesaria para saber lo qué había tras esa pared. Entonces, de repente, el ruido se detuvo y quedaron solos durante el resto del día.

La familia permaneció atrapada en la cala durante toda la noche. Empezaron a sacar tímidamente la cabeza del agua en medio de la frustración y el miedo. Muchos golpeaban el agua con sus colas o saltaban del agua. Otros estaban hambrientos y sedientos, pues el agua la obtienen de los tejidos de las presas que consumen. La matriarca intentó proporcionar tranquilidad al grupo, poniéndose boca arriba y nadando de espaldas entre la familia. Los delfines se comunican entre ellos mediante chasquidos y silbidos pero nadie de la manada tenía una respuesta de lo que estaba sucediendo. Nadie tenía la menor idea del terror que iba a desatarse en pocas horas.

La cala se llenó de unos extraños ruidos justo al salir el sol. Nuestra hembra de calderón se agitó, igual que el resto de la manada, mientras las crías se aferraban a sus madres. Toda la manada se hacinó mientras los barcos iniciaban su aproximación. Sin previo aviso, los barcos dieron la vuelta y vinieron directamente hacia la manada con sus motores por delante.

En ese instante estalló el caos absoluto.

La manada intentó desesperadamente escapar sin poder ir a ninguna parte mientras era empujada hacia la orilla. Otra red caía por detrás. Los humanos estaban ahora en el agua y los barcos seguían aproximándose. Los machos grandes – tíos, primos, hermanos – fueron arrastrados por su aleta caudal hacia la playa. Ella se acercó pero fue separada. Y fue entonces cuando ocurrió lo inimaginable.

Una barra de metal era atravesada por la espalda de los machos, justo por detrás de sus espiráculos. Observó con horror cómo sus compañeros de manada chapoteaban violentamente con sus colas contra el agua. Su sangre empezó a derramarse. Una hembra fue manoseada antes de llevársela. Otros sufrieron un destino parecido al de los machos.

Consumida por el sufrimiento de su familia, no se dio cuenta que un humano se había acercado a ella.  Tampoco advirtió el cabo que habían atado a su aleta caudal. De repente, sintió una sensación de tirón mientras su cuerpo era arrastrado hacia la playa. Presa del pánico, fue viendo con sus ojos como iban matando a cada uno de sus compañeros. Luego observó cómo se acercaban a ella, logrando ver solo unas sombras humanas levantando los brazos… y luego… luego dejó de existir.

Aferrados entre ellos estaban los miembros que quedaban de la manada. Las crías llamaban a sus madres, ahora asesinadas o llevadas cautivas. De nuevo volvían a quedarse solos. Volvieron a pasar las horas. La manada cada vez más debilitada. Finalmente, los humanos regresaron otra vez y, usando los mismos barcos que condujeron a la manada a la cala en un primer momento, ahora, familiares y miembros más viejos malheridos por las hélices y crías confundidas sin saber hacia dónde nadar, eran obligados a alejarse de la playa y de la cala. Una y otra vez, los delfines intentaron regresar, pero fueron interceptados y obligados a alejarse.

Sin el liderazgo de la matriarca, el resto de la manada desapareció en el océano. Aunque pueda parecer la misma, en toda su majestuosidad y gracia, lo cierto es que los corazones dibujados en sus pechos estarán partidos para siempre.

La población de calderón de aleta corta está listada como “datos deficientes” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Además de ser cazados, existe el grave problema de quedar enredados en las redes de pesca. Se cree que la contaminación acústica y las pruebas sísmicas causan sus varamientos masivos. El calderón de aleta corta se encuentra en el Apeńdice II de la CITES, que incluye especies no necesariamente amenazadas de extinción pero cuyo comercio tiene que controlarse con el fin de evitar la utilización incompatible con su supervivencia.

Visita la página del Dolphin Project para saber cómo ayudar a salvar a los delfines en Taiji

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