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La cría de delfín herida que me inspiró a seguir luchando para poner fin a las crueles cazas de delfines en Taiji

Coger el tren y marcharse de Taiji es una de las cosas más difíciles que he hecho nunca. Cada voluntario que conozco del Dolphin Project, los Cove Monitors, siente lo mismo: una vez has visto las atrocidades que los cazadores de delfines y los adiestradores cometen contra los delfines en la cala, una parte de ti no se marcha nunca.

No hay forma de dejar de ver lo que has visto. Las escenas de horror se quedarán contigo para siempre.

El día que me fui de Taiji, me llevé conmigo el ruido aterrador de las barras de metal. Ese ruido repetitivo resuena siempre en mi cabeza cuando cierro los ojos por la noche. Los barcos crean una estremecedora pared de sonido bajo el agua para conducir a las manadas de delfines a la cala. En mi memoria están grabadas las imágenes de los delfines presos del pánico. En mi mente se reproducen sin descanso los sonidos de sus llamadas de desesperación cuando los cazadores los obligan a embarrancar en la playa rocosa y los atan bajo las lonas para matarlos.

Los Cove Monitors del Dolphin Project han visto y sacado a la luz la matanza de miles de delfines en la infame cala del terror de Taiji. Hemos visto como los adiestradores de delfines se llevaban a muchos delfines para luego exhibirlos en acuarios. Y da igual las veces que lo veas. Cada vez lo sientes como si fuera la primera. Nada puede prepararte para la violencia con la que los cazadores de delfines y los adiestradores someten a los delfines y con la que separan a las madres de sus crías. Su falta de sensibilidad y empatía es inmensurable. Nada puede explicarlo y darle sentido. Nada puede justificarlo.

Los adiestradores de delfines se apresuran a entrar en la cala nada más recibir la noticia de que ha sido capturada una especie que quiere la industria de los espectáculos con delfines. Trabajando estrechamente con los cazadores, los adiestradores empiezan a seleccionar aquellos delfines que reúnen el género, tamaño, edad y aspecto deseado. Hay mucho dinero en juego. Un delfín vivo puede llegar a venderse a esta industria por unos 153.000 dólares o más. Para los adiestradores, el proceso de selección es solo otro día más de trabajo. Los delfines atrapados luchan por sus vidas, pero pasan inadvertidos por los adiestradores, concentrados en la labor de seleccionar los delfines jóvenes que pueden ser adiestrados para realizar lucrativos espectáculos y programas de nadar con delfines. No hacen ningún intento por ayudar a ningún delfín.

A veces el proceso puede durar varias horas, pero los adiestradores ignoran a los delfines que están sangrando por las heridas producidas por los barcos que los arrollan para aproximarlos a la playa. Les da igual que hayan quedado atrapados bajo el agua y estén luchando para desprenderse de las redes y poder llegar a la superficie para respirar. Los adiestradores se toman su tiempo para inspeccionarlos y seleccionar a los que quieren. Saben que los cazadores matarán a los que no elijan. Se creen con derecho a decidir quién vive y quién no.

Los cazadores tratan de ocultar la caza mediante vallas de tela metálica, lona y alambres de púas. Las autoridades del pueblo han colocado señales por toda la cala advirtiendo a la gente mantenerse alejada. “No traspasar. Peligro de desprendimiento” es la advertencia más habitual para evitar que la gente se acerque. Se supone que el mundo no debe saber lo qué ocurre bajo esas lonas que colocan justo antes de que empiecen los procesos de selección y matanza. Las retransmisiones en directo desde la colina Takababe nos permiten escuchar como los delfines se agitan justo por debajo de nosotros mientras los matan. A veces podemos verlos a través de una apertura en la lona y ver como un cazador sentado sobre un delfín le clava con fuerza un vara de metal en su espina dorsal. No veremos a ese cazador clavándole un trozo de madera en la herida para impedir que la sangre se derrame. Pero eso es lo que ocurre en la cala.

La lucha sigue durante un largo rato. Y es luego cuando la cala queda sumida en el más inquietante de los silencios. La matanza ha acabado. Acaba de ser destruida una familia entera de delfines como si nada.

Lo que ocurre en la cala representa la crueldad en su forma más concentrada. Parece no haber límites al sufrimiento que los cazadores y los adiestradores infligen a sus víctimas. Cuando los adiestradores obligan a una cría a separarse de su madre, ambos delfines se llaman a gritos desconsoladamente ante la indiferencia de los adiestradores. Cuando se llevan a la cría y la arrojan a uno de los corrales marinos de la bahía Moriura, su madre sigue llorando por su cría para que le devuelvan. Pero es ignorada. No hay empatía ni compasión.

Mientras observamos y retransmitimos en directo desde la cala nos rodean miembros de la guardia costera, agentes armados de la policía y funcionarios del pueblo que vigilan cada uno de nuestros movimientos. Es difícil describir lo que se siente viendo y documentando la matanza y no poder hacer nada por detenerla. Pero hay una palabra que lo describe más que ninguna otra: angustia, cuando vemos a los delfines agrupándose en la cala y tocándose con sus aletas pectorales buscando consuelo. Los más pequeños se concentran en el medio mientrasl losmás adultos los rodean intentando protegerlos. Previamente, los barcos los han perseguido por el mar durante horas y muchos están exhaustos. Algunos apenas pueden mantenerse a flote. Saben que algo horrible está pasando, lo que no saben es el terrible desenlace. La cala de Taiji es la peor pesadilla para un delfín, y cuando la matanza acaba los cazadores arrastran los cuerpos sin vida por delante de los supervivientes.

Las palabras de ánimo de los seguidores lo significan todo para un Cove Monitor. Saber que hay gente ahí fuera que dedica gran parte de su tiempo a difundir estas matanzas nos hace sentir que no estamos solos. Pero también he oído a algunos preguntar sobre el valor de las retransmisiones en directo : “El mundo ya ha visto estas imágenes una y otra vez, ¿qué sentido tienen?”, me preguntaba alguien. La respuesta es que sigue habiendo todavía mucha gente que nunca ha oído hablar de estas cazas y que nunca ha conectado los puntos entre estas batidas y la industria de los espectáculos con delfines. Si la gente tuviera esa información, muchos dejarían de comprar entradas para ver delfines haciendo piruetas o nadar con ellos. Las capturas en Taiji acabarían. Estoy convencida de que las batidas de delfines en Taiji acabarán el día en que haya gente suficiente que se revele en contra. En especial, necesitamos japoneses que alcen su voz. Solo por eso, la documentación y la exposición de estas cazas son imperativas.

Y no solamente eso. Los delfines que matan en la cala o se llevan cautivos nunca deberían ser reducidos a una mera cifra o parte de una estadística. Son individuos. Todos y cada uno de ellos tiene su propia historia, y eso es de lo que va nuestro esfuerzo: poner rostro a las víctimas. Algunos delfines quedan atrapados en las redes y mueren ahogados, mientras que otros son atados con cabos por la cola y arrastrados antes de matarlos. Otros son secuestrados por los adiestradores y arrojados a corrales marinos donde serán sometidos al adiestramiento y vendidos a delfinarios de Japón y del extranjero. Otros serán tirados al mar, agotados, traumatizados y visiblemente heridos.

Hemos visto a un delfín de cabeza de melón flotando de espaldas después de que los cazadores condujeran a toda su familia a la cala. Estaba exhausto y flotaba sobre la superficie del agua rodeado por los miembros de su manada que intentaban darle consuelo. La historia de este delfín en particular significa algo. Hemos visto a una cría de delfín de cabeza de melón presa del pánico arrojarse contra las rocas en un intento inútil por escapar. La cría siguió golpeándose contra las rocas durante lo que pareció una eternidad. Un pescador la agarró y la apartó de las rocas como si fuera un trozo de basura. Es crucial no dejar que la crueldad contra esta cría en particular siga siendo un secreto. Necesitamos hacer todo lo posible para rendir cuentas a los cazadores y a los adiestradores de lo que le están haciendo a cada delfín como individuo. Todos y cada uno de estos delfines importa.

Los delfines tienen autoconsciencia. Se reconocen así mismos como individuos y reconocen a cada miembro de la manada como individuo. Poseen capacidades cognitivas, de empatía y memoria sumamente desarrolladas. Muestran lealtad a otro miembro y comparten fuertes vínculos sociales.

Una y otra vez, nuestros Cove Monitors han visto delfines supervivientes negándose a salir del lugar donde vieron vivas por última vez a sus familias. Los cazadores han tenido que obligarlos a salir y conducirlos a alta mar. No podemos marcharnos de la cala simplemente porque sentimos angustia y pena y perdamos a veces la esperanza de que esta locura pueda acabar algún día.

Aun teniendo todas las capacidades que tienen, los delfines no pueden comunicar su sufrimiento al mundo exterior. Necesitamos seguir siendo la voz que ellos no tienen.

No podemos permitir que el mundo olvide.

De la misma forma que los delfines, en su increíble lealtad y empatía los unos por los otros, se niegan a abandonar a sus familiares condenados, nosotros necesitamos hacer lo mismo por ellos.

Por eso, siempre que oigo decir a alguien que “qué sentido tiene”, mi mente regresa a la cala y vuelvo a ver a esa cría de delfín intentando escapar desesperadamente mientras abalanza su diminuto cuerpo maltratado contra las rocas.

Y aquí, en esta desgarradora imagen, está la respuesta.

Helene Hesselager O’Barry

DolphinProject.net

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