El permafrost se está fundiendo mucho más deprisa de lo que han proyectado los modelos, desconociéndose las consecuencias que puede tener en cuanto a la liberación de gases de efecto invernadero.
Durante cientos de miles de años, el permafrost del Ártico, suelo que ha estado congelado todo el año durante al menos dos años, ha ido acumulado grandes reservas de carbono orgánico – vestigios de vida antigua que una vez prosperó en el Ártico, incluidas plantas, animales y microbios. Esta materia orgánica, que nunca llegó a descomponerse completamente, lleva congelada miles de años. Este reservorio de carbono rara vez se considera en las proyecciones del posible calentamiento global futuro.
Cuando la temperatura del suelo sobrepasa el punto de congelación, los microorganismos descomponen la materia orgánica del suelo, liberando gases de efecto invernadero, incluidos dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, acelerando el calentamiento global y cambiando el paisaje.
Cuando se producen estos cambios, se libera mucho más carbono procedente de estas tierras en forma de metano, que puede ser 25 veces más potente que el CO2 como gas de efecto invernadero. El deshielo provoca el colapso de laderas y hace que se abran enormes sumideros como resultado.
Se estima que el permafrost afecta a unos 18 millones de kilómetros cuadrados a latitudes altas o un cuarto de toda la tierra expuesta en el hemisferio norte. Las estimaciones actuales prevén que el permafrost almacena cerca de 1.670.000 millones de toneladas de carbono, más del doble de la cantidad presente en la atmósfera y tres veces la emitida por la humanidad desde el comienzo de la industrialización.
El estudio diferencia entre dos tipos de permafrost: el formado por rocas, arena, sedimentos, materia orgánica y hielo y el formado casi en su totalidad por hielo. Aunque alrededor del 20% del permafrost en el Ártico es susceptible al deshielo brusco (en especial el permafrost compuesto principalmente de hielo), el estudio, publicado en la revista Nature Geoscience,señala que estas secciones de permafrost podrían emitir entre 60 y 100 mil millones de toneladas métricas de carbono a la atmósfera.
Hasta ahora se había asumido que este proceso de deshielo del permafrost sería gradual, dejando tiempo suficiente a la humanidad para reducir las emisiones de carbono e impedir que este proceso alcance un punto crítico en el que más emisiones del permafrost contribuyen a más calentamiento global y por tanto a más deshielo del permafrost, y de nuevo a más emisiones y a más calentamiento en un ciclo de retroalimentación.
Pero el estudio dice que las proyecciones sobre la cantidad de carbono liberado por este deshielo gradual pasa por alto un proceso menos conocido en el que determinados tipos de terreno helado se desintegran de forma repentina, a veces en cuestión de días.
“Aunque el deshielo abrupto del permafrost afectará a menos del 2 por ciento del suelo congelado, supone un incremento de las proyecciones de emisión de carbono del permafrost de cerca de un 50 por ciento,” dice la autora principal del estudio Merritt Turetsky, al cargo del Instituto de Investigación Ártica y Alpina en Boulder, Colorado.
Parte de este suelo rocoso una vez sólido ha empezado a reblandecerse, desplomando comunidades indígenas y amenazando la infraestructura industrial en la toda la región del subártico, especialmente en Rusia.
Las proyecciones son inciertas. Varios científicos dicen que las emisiones futuras podrían verse parcialmente compensadas por la nueva vegetación que surja en estos suelos, que absorberían y almacenarían CO2. Pero en lo que sí coinciden todos es que el permafrost seguirá haciendo aumentar las temperaturas.
En un informe especial publicado en septiembre, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) examinó los dos siguientes escenarios.
Si la humanidad consigue, contra todo pronóstico, limitar el calentamiento global por debajo de los 2ºC, la piedra angular del Acuerdo de París de 2015, “se prevé un área de disminución del permafrost de un 24 por ciento para 2100”.
En el otro extremo, si las emisiones de combustibles fósiles siguen aumentando en los próximos 50 años, el área de permafrost podría desaparecer hasta un 70 por ciento.
El problema de ambos escenarios es que asumen que la pérdida de permafrost tendrá lugar gradualmente. Y ahí está el error, dice Turetsky
Los científicos estiman que el deshielo brusco del permafrost podría liberar entre 60 mil y 100 mil millones de toneladas de carbono para 2300, a los que habría que sumar los 200 mil millones de toneladas de carbono que podrían liberarse en regiones en las que el deshielo será gradual.
El deshielo gradual se inicia en la superficie del suelo congelado y va penetrando lentamente hacia abajo. El deshielo brusco libera más carbono por metro cuadrado porque desestabiliza en profundidad los depósitos de las capas congeladas.
Además, puesto que el deshielo brusco libera más metano que el deshielo gradual, los impactos climáticos de los dos procesos serán similares.
En consecuencia, el impacto del deshielo del permafrost sobre el clima de la Tierra podría ser el doble de lo esperado con los modelos actuales.
La estabilización del calentamiento del clima a 1.5°C requiere reducciones masivas de las emisiones de carbono antropogénico (generado por la actividad humana), y es más urgente, si cabe, si se tienen en cuenta las emisiones adicionales de carbono por el deshielo del Ártico.