Cualquiera que viva cerca de una autopista muy transitada puede identificarse con la ballena franca del Atlántico. El estudio publicado el miércoles muestra que estos leviatanes frente a la costa de Nueva Inglaterra se ven sujetos a tal constante estruendo submarino que la mayor parte del tiempo les resulta difícil escucharse entre ellos.
Es un peligro que podría estar afectando a la capacidad de la especie críticamente amenazada para navegar, evitar depredadores y cuidar a sus crías.
El comercio global y la industria del crucero han traído a la región más barcos cada vez más grandes y ruidosos, provocando que las ballenas pierdan cerca de dos tercios de su capacidad para comunicarse entre ellas en comparación a hace 50 años, según ha hallado una investigación conducida por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica.
Se cree que las 450 ballenas francas que quedan en el mundo usan sus gemidos, sonidos y silbidos para hallar alimento, aparearse y sortear peligros en el mar.
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