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Photo: savethewhales.org

La avaricia y la arrogancia humanas están llevando a la vaquita marina a la extinción

Informes recientes afirman que solo quedan unas 12 vaquitas en el mundo. Esta pequeña marsopa, de unos 1,5 metros de longitud, solo vive en una pequeña área del golfo de California. La comunidad científica tuvo conocimiento de su existencia en 1950.

La razón de su declive se debe al uso de redes agalleras para la pesca del pez totoaba en el mismo hábitat donde vive la pequeña marsopa.

Este enorme pez mexicano, también en peligro crítico, es una especie sumamente codiciada por su vejiga natatoria, siendo China el principal mercado para este lucrativo manjar.

El tamaño de malla de las redes, que se dejan suspendidas en el mar formando paneles verticales, es el justo para que se enreden las vaquitas, donde mueren ahogadas.

La vaquita avanza rápidamente hacia la extinción y es un triste ejemplo de las devastadoras consecuencias de la “captura accidental”. Ambas especies se enfrentan a la extinción debido a la arrogancia y la codicia humanas.

Aunque la pesca con redes agalleras en el área de la vaquita es ilegal, los esfuerzos para detener el descenso de la población y el cumplimiento de la prohibición por parte de las autoridades mexicanas han tenido un éxito limitado.  

Cuando se le preguntó a Andrea Crosta, de la organización Elephant Action League, si existía voluntad a nivel local para frenar la pesca ilegal de totoaba que ha devastado la población de vaquitas, Crosta respondió: “No en San Felipe ni Santa Clara, los dos principales pueblos pesqueros de donde proceden los pescadores ilegales.

“Creo que lo que en realidad quieren es que la vaquita desaparezca de una vez por todas y poder pescar con menos restricciones. El gobierno central de México aumentó recientemente los esfuerzos para frenar el uso de redes agalleras en el área donde vive la vaquita pero, en mi opinión, con muy malos resultados.

“He visto personalmente docenas de barcos ilegales (pangas) salir a pleno día, incluso en áreas patrulladas por la marina mexicana. Durante la noche es todavía peor.”

El último de los intentos para salvar a la especie, que consistía en capturar varias vaquitas y llevarlas a santuarios protegidos donde pudieran reproducirse a salvo, tuvo que abandonarse cuando en diciembre de 2017 una hembra adulta murió a las pocas horas de su captura y otra tuvo que liberarse debido a los preocupantes indicios de estrés severo que presentó.

En ese momento se creía que quedaban unos 30 individuos.

La pérdida de esa vaquita de una población tan pequeña fue un golpe devastador y ahora todas las esperanzas para salvar a la pequeña marsopa se centran en lograr detener la pesca ilegal de totoaba.

La captura accidental derivada de las operaciones pesqueras, legales o no, es un problema colosal en todo el mundo.

El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) sitúa la cifra en al menos un 40 por ciento (o 38 millones de toneladas) de las capturas pesqueras.

A menudo las especies no deseadas/no objetivo – seres sensibles – son arrojadas muertas o malheridas por la borda (descartes) o tiradas como si fueran basura al llegar a puerto.

Las cifras que se citan son verdaderamente abrumadoras:

  • Cerca de 300.000 pequeñas ballenas, delfines y marsopas mueren cada año debido a enredos en las redes de pesca, convirtiendo la captura accidental en la causa principal de mortalidad de pequeños cetáceos.
  • Cada año se capturan y matan 100 millones de tiburones, incluidos tiburones blancos en peligro crítico y tintoreras, ya sea en pesquerías específicas como en la pesca accidental.
  • Cerca de 250.000 tortugas bobas en peligro y tortugas laúd en peligro crítico mueren cada año en los palangres destinados a la pesca de atún, pez espada y otros peces.
  • 26 especies de aves marinas, incluidas 27 especies de albatros, están amenazadas de extinción debido a la pesca con palangre, que cada año mata a más de 300.000 aves marinas.
  • El 80 por ciento de los tiburones martillo y el 80 por ciento de los tiburones zorro y tiburones blancos han desaparecido del Atlántico Noreste debido en gran parte a la pesca accidental.
  • Los arrastreros de fondo en el Pacífico Norte arrancan hasta 40 toneladas de corales de aguas frías.

Hay varias formas de reducir la captura accidental.

Por ejemplo, el uso de gallardetes en la pesca con palangre puede reducir de forma importante la mortalidad de albatros. Muchas especies de estas aves de largas vidas están actualmente en peligro crítico debido a esta pesquería.

O el uso de anzuelos circulares en la pesca con palangre para reducir el número de muertes de tortuga marina.

O también podríamos dejar de comer pescado y otra vida marina.

La cantidad de peces y otra vida marina extraída cada año en las operaciones pesqueras se eleva a millones de millones. Más del 75 por ciento de las poblaciones de peces comerciales están completamente explotadas, sobreexplotadas y agotadas o al borde del colapso, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y se teme que de seguir al ritmo actual las poblaciones de peces puedan colapsar en 2048.

La piscicultura no se presenta como una solución a la sobrepesca. Aunque pueda parecerlo, en realidad puede agravar el problema. Según cifras de la organización Compassion in World Farming, dado que muchas de las especies que se crían son carnívoras, éstas tienen que ser alimentadas con pescado. Cada año se capturan hasta 450.000 millones de peces salvajes para convertirlos en aceite y harinas de pescado para alimentar a los peces de piscifactoría. Por ejemplo, para producir una tonelada de salmón de piscifactoría se necesitan cerca de dos toneladas y media de engráulidos salvajes como la anchoa o el boquerón. Todo ello sin considerar las muchas inquietudes éticas y medioambientales de criar enormes números de peces en jaulas abarrotadas.

Puede que también sorprenda que se destinen enormes cantidades de derivados de pescado (harinas y aceites) para alimentar a aves de corral, vacas y cerdos – no precisamente piscívoros por naturaleza.

Incluso cuando no se está afectando directamente a las poblaciones de especies marinas de manera intencionada (o accidental) a través de la pesca, nuestras acciones tienen efectos acumulativos en otras especies.

Muy fácil. Estamos quitando el alimento de otras especies del que dependen para sobrevivir. Se pueden citar como ejemplos el declive de especies como las ballenas barbadas debido a la sobrepesca de krill, el declive de las poblaciones de pingüinos debido a la sobrepesca, calderones hallados muertos en pésima situación nutricional debido a la sobrepesca de sus principales fuentes de alimento (caballa, arenque y calamar) o el colapso de la población de león marino de Steller en el Pacífico Norte debido a las intensas operaciones de arrastre.

Por la senda en la que vamos estamos dejando un legado de muerte y destrucción intolerable tanto en tierra como en nuestros océanos, un lugar donde “ojos que no ven, corazón que no siente”. Estamos obligados, moral y pragmáticamente, a cambiar el curso y no hay excusa para seguir consumiendo pescado y otra vida marina con todos los alimentos alternativos que disponemos. Y hemos de hacerlo deprisa porque nuestros océanos se están quedando sin tiempo.

Puede que ya sea demasiado tarde para salvar a la vaquita de la extinción, pero hay innumerables especies marinas cuyos futuros también están en la cuerda floja por culpa de nuestro saqueo implacable de los mares y océanos del planeta. Su destino está en nuestras manos, a merced totalmente de las decisiones que tomamos, en particular de los alimentos que elegimos consumir.

En el libro Food Choice and Sustainability, el Dr. Richard Oppenlander argumenta que: “Si nuestra especie está contribuyendo a la desaparición de otras especies inocentes debido a nuestras acciones, entonces ha llegado el momento de detener esas acciones, en especial si hay una solución fácil.”

Y la hay. Saquemos todos los animales y todos los productos derivados de ellos de nuestra cesta de la compra y de nuestros platos.

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