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Credit: Ingrid Taylar/Flickr

Un tratado internacional del plástico para evitar una “primavera silenciosa” en los mares

Cada año entran en los océanos del mundo millones de toneladas de desechos plásticos. En 2010, por ejemplo, hallaron su salida al mar entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de plástico, el equivalente a tirar la carga de un camión de basura lleno de plástico cada minuto.  

Problemas globales, como el plástico que está asfixiando los océanos, necesitan soluciones globales. El anuncio del Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau de que el país usará su presidencia del G7 para poner en el foco de la atención mundial la contaminación por plástico en el océano fue acogido con estudiasmo. La Ministra de Medio Ambiente Catherine McKenna ha dicho que los plásticos serán un tema principal cuando se reúnan Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón y Estados Unidos en la cumbre en Charlevoix, en Quebec.

Pero, ¿logrará Canadá hacer que estas naciones establezcan normas aplicables?

El G7 ya ha planteado con anterioridad el problema de los plásticos. Alemania lanzó un plan de acción para luchar contra los escombros plásticos en 2015 y Japón reafirmó su compromiso de abordar el problema en 2016.

Durante la reunión del Foro Económico Mundial en Davos ese mismo año, los medios de comunicación se llenaron con titulares tales como “Más plástico que peces en el mar en 2050” tras la publicación de un informe sobre los desechos plásticos globales. En 2017, Italia celebró un seminario sobre los escombros marinos durante su presidencia del G7.

Pero a pesar de las promesas, la producción de plástico y los desechos siguen aumentando.

Por increíble que parezca, la producción de plástico de usar y tirar (bolsas de supermercados o envoltorios por nombrar algunos) contribuyeron en 2015 a casi el 40 por ciento de la producción total de plástico. Gran parte acabó en nuestros océanos.

Boris Worm, científico marino de la Universidad Dalhousie en Halifax, Canadá, ha advertido que si la tendencia actual continúa, nos enfrentamos a una nueva “Primavera Silenciosa” en los mares. Actualmente, cerca del 90 por ciento de las aves marinas tienen plástico en sus estómagos, parecido a la presencia generalizada del químico tóxico DDT en la década de los 60, el tema central del libro “Silent Spring” (Primavera silenciosa) de Rachel Carson.

Sin embargo, estas promesas internacionales no vinculantes no están logrando frenar esta marea de plástico.

Gran parte del plástico en el mar tiene su origen en tierra. Gran parte de éste no son equipos de pesca abandonados sino bolsas de plástico, tetrabricks, botellas de agua, mecheros, cepillos de dientes,.. que acaban en las vías fluviales y finalmente desembocan en el mar. Es algo que se sabe desde hace años. Más de 100 países llevan respaldando desde 1995 los esfuerzos para reducir el impacto de la basura plástica en todo el mundo. El problema es que han sido acuerdos no vinculantes.

Desde entonces, todos han prometido mucho por reducir la cantidad de plásticos en el mar, incluida la Estrategia de Honolulu de 2011 y el acuerdo “The Future We Want” (El futuro que queremos) en la conferencia de Río+20 de 2012.

Y el año pasado, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente puso en marcha su “guerra contra plástico” con la campaña Clean Seas, cuyo objetivo es eliminar para 2022 los microplásticos y acabar con el uso derrochador del plástico de usar y tirar – productos plásticos que apenas están en nuestras manos unos minutos (pajitas, guantes transparentes,…)

Lo que nos falta son normativas vinculantes para las fuentes de plástico de origen terrestre y que se apliquen a los países de todo el mundo. Tal como señalaba el Centro de Derecho Ambiental Internacional (CIEL): “Las iniciativas actuales que abordan la contaminación por plástico se centran en los síntomas pero no en la raíz del problema.”

Hay multitud de evidencias de que las acciones voluntarias no son suficientes. En el año 2000, Canadá fue el primer país que tomó medidas con un Plan Nacional de Acción sobre las fuentes de origen terrestre de la contaminación marina. Pero sin un mecanismo jurídico, el plan nacional de impedir que la contaminación por plástico entre al mar ha ido languideciendo.

Sería un paso adelante si el G7 reconociera la necesidad de leyes vinculantes.

Todavía se puede hacer más. Canadá puede comenzar una carrera para ver quién puede hacer entrar en vigor mejores leyes y quién aprovecha las ventajas de una nueva economía de plástico.

Trudeau puede convencer a sus homólogos en el G7 para imitar las nuevas regulaciones de Canadá que prohíben la fabricación, importación y venta de productos de higiene personal que contienen microesferas de plástico. Los líderes del G7 pueden compartir sus experiencias sobre soluciones que ya han aplicado en sus naciones, ya sea la nueva Estrategia sobre Plásticos de la Unión Europea o la iniciativa legislativa sobre los plásticos de usar y tirar, como la prohibición de Francia sobre los vasos y platos de plástico o la iniciativa de los Estados Unidos llamada Save Our Sea Act.

Canadá podría estudiar un “Día sin plásticos” durante la cumbre o celebrar una concurso de arte con plásticos recogidos del mar en el recinto de Charlevoix. Podría ayudar a reunir a la industria y mostrarles las prometedoras iniciativas como la New Plastics Economy, centrada en la recuperación, reutilización y reciclaje de plástico. Y podría proyectar la desgarradora película Blue para que la vieran  los líderes mundiales.

Pero el éxito de los tratados necesita la implicación de la industria y un compromiso para el cambio. Un informe reciente de CIEL ha hallado que la industria es consciente de la contaminación por plásticos en los océanos desde la década de los 70. No hay tiempo para el rechazo por parte de la industria tal como hemos visto hacer con el cambio climático.

Es un buen momento para que Canadá use su liderazgo en el G7 para evitar otra Primavera Silenciosa y empezar a abordar el problema de los plásticos en los océanos.

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